viernes, 17 de junio de 2011

El tren de la Fresa (Relato)



Me vino estos días a la cabeza un recuerdo, catalogable dentro de "Amigos que no he vuelto a ver", de un chico que hace muchos años, en 1988, me abordó en el Giralda Expreso y con el que pasé uno de los domingos más divertidos de mi vida viajando a Aranjuez en el Tren de la Fresa, con él como ayudante de maquinista. He usado esa linda historia como punto de partida para un relato de ficción en el que se han colado algunas referencias autobiográficas (casi todo lo que se refiere a Javier,  aunque no sea su nombre real). 


El tren de la Fresa

--¿Refresco, café, cerveza?
--¿Perdón?
--Que qué prefieres que te traiga, ¿refresco, café, cerveza?

Ella lo miraba con ojos como platos, no lo había visto acercarse a su asiento. Desde que el tren se puso en marcha, no había pestañeado ni una sola vez, absorta en el paisaje sevillano que dejaba atrás para siempre. Para siempre. ¿Sería capaz de no volver?

--Si no me dices nada, te traeré lo que yo quiera, y claro, puede que no acierte y esta relación empezará mal.
--Pero, ¿de qué hablas?--dijo Clara mientras se descubría sonriendo por primera vez después de muchos meses-- No quiero nada, de verdad, muchas gracias.
--Está bien. Tú lo has querido, espero no cagarla demasiado.
--No, de verdad, espera, que no...

Pero él ya no la estaba escuchando. Sin poder dejar de sonreír, se levantó cansinamente y lo siguió hasta el coche número cuatro.

--Te invito yo--le dijo.
--Sí, claro, ya lo dijiste tú...¡encima!-- protestó Javier, cómicamente enfadado.

El resto del viaje lo pasaron contándose historias superfluas de sus respectivas historias.

--Cuando lleguemos a Atocha tengo que salir pitando, dame tu móvil.

Clara se quedó de nuevo dudando, había pasado un rato muy divertido, era cierto, pero él era un chico demasiado joven. Ella tenía 38 y él no llegaba a los 30, ¿qué sentido tenía todo esto? Se puso muy seria de repente:

--No sé, Javier...no sé...la verdad...
--Venga, Clara, no has parado de reírte desde que nos hemos encontrado. Por cierto, tienes una muela rota. No tengo mucho tiempo libre en el colegio, pero te puedo llevar a Aranjuez en el Tren de la Fresa.

Ella volvió a arrugar toda su cara esperando que le explicara qué era eso del tren de la fresa, pero no lo hizo.

--Está bien, niña cabezota, no te insisto más. He oído de gente que fueron felices aún sin haber estado nunca en Aranjuez...
--Toma, bicho, llámame.
--Te va a encantar el palacio--le dijo mientras pellizcaba la mejilla de Clara suavemente y se bajó del tren casi antes de que éste parara.

Clara, ruborizada, se quedó sonriendo y con la mejilla ardiendo.

--¡Adiós, pelirroja!
--Adiós, elemento...

Mientras recogía sus cosas y se ponía el abrigo, seguía sonriendo y encantada. El frío de la ciudad le devolvió al mundo. Recordó de pronto la silueta recortada de él en la puerta de Santa Justa, aquella misma mañana, cuando se lo encontró por sorpresa al llegar.

--¿Te vas de verdad?
--Claro.
--Suerte.

Esa fue la despedida, esa palabra y un beso de refilón en la comisura de los labios, un beso frío, cortante como un cristal roto.

Ya estaba en Madrid. Estaba sola. Peor aún. Estaba sin él. De nuevo, el estómago se comprimió y aquel sabor amargo volvía a su boca. Sólo llevaba una maleta, no muy grande, y el maletín del portátil; subiría paseando hasta la calle del Olivar, al piso que su amiga Marta le había buscado.


--Para ya, pesado.
--No, voy a besarte en todos los números de la calle Libertad.
--Estás loco.
--Por ti, jamona.

"El olor a curry se llevará tus penas" le había prometido Marta la noche anterior en su conversación en Gtalk. Cuando ésta abrió la puerta del piso, Clara la abrazó llorando. Era un piso antiguo y feo, muy feo, pero estaba lleno de fotos preciosas que ella reconocía, eran fotos hechas por Marta. Sonaba "Hoy puede ser un gran día" de Serrat, un cuadro con una espectacular fotografía de la Pedrera presidía el saloncito, había macetitas pequeñitas recién regadas con flores azules y un post--it advertía: "Es lo único blue que permite el casero en este inmueble", en el pequeño frigorífico había cava y queso, dos de las pasiones de la nueva inquilina.

--¿Has comprado queso, cabra loca?
--Sep, y del más asqueroso y pestoso que he encontrado.
--Te odio, cabra loca. Y todas estas fiambreras ¿qué hay?
--Mi madre te da la bienvenida a la ciudad con sus especialidades más afamadas.

Aunque constantemente recibía muestras de amor, nunca se acostumbraba, se ruborizaba y se emocionaba como una niña.

--Déjate de llantos, mocosa, invítame a comer.

Almorzando en Chez Farida, se pusieron al día de los últimos detalles que Clara necesitaba para instalarse en Madrid. Pero en ningún momento mencionó a Javier, se había olvidado por completo de él. Estaba emocionada con su amiga y asustada con su cambio radical de vida. Ni siquiera tuvo un segundo para pensar en Ángel, y Marta puso mucho de su parte para que éste último no apareciera en escena.

--Te llevaré a los jardines de Irán.
--Pero yo no quiero vivir en Irán, quiero vivir en Barcelona.
--Está bien, tendremos una taberna en el Raval.
--Mejor.
--Tú pasearas voluptuosa entre los clientes, todos se enamorarán de ti. Yo escribiré poemas en una mesita en un rincón.
--¡Mentiroso! Tú estarás leyendo Microsiervos...
--Bueno, pero te escribiré poemas geeks...

A pesar de sus reticencias, le gustaba vivir en Madrid. No trabajaba, había pedido una excedencia por depresión, se pasaba los días paseando, comprando libros en una librería de la calle Ave María, donde había hecho un nuevo amigo, Íñigo; haciendo fotos con el Android con que rellenar su cuenta de Tumblr, viviendo, tratando de recordar, de no olvidar, para poder seguir sintiéndose viva.

--Cuando vayamos a Estambul...
--¿Cuándo iremos a Estambul?
--Pronto, niña impaciente.
--¿Me lo prometes?
--¿Hace falta?
--No, claro que no.


--¿Sí?
--¿Clara?
--Sí, ¿quién es?
--Soy el principe de Bekelar
--¡Jajajaja!
--¿Te has comprado algo precioso para ir este domingo al Palacio?
--Sí, una capa roja, con cuello de armiño.

--Ya hay girasoles nuevos.
--Sí, claro
--Vamos
--¿A dónde?
--A amarnos entre los girasoles.
--No, que la última vez nos pillaron.
--Vamos, jamona cobarde.

Fue uno de los días más divertidos de su vida. El Tren de la Fresa, como cabía esperar, estaba lleno de dulces jubilados. Javier, se presentó con un mono de ferroviario.

--¿Y esto?
--Te dije que te llevaría y te voy a llevar.

Clara se sentó sola en el vagón lleno de abuelitos y abuelitas, sonriendo, feliz. Javier entraba cada cierto tiempo en el vagón, y preguntaba en voz alta:

--¿Han visto alguna vez a alguna mujer más guapa?

Todos coincidían en que no, él hacía una reverencia y le besaba la mano y se iba, andando como si llevase una espada de caballero. Todo era tan irreal como absurdo, tan ridículo como maravilloso, como decía Pessoa. Pero ella disfrutaba y decidió darse otra oportunidad.

Aquella noche, Clara ya no lo escuchaba, se perdía en la mirada infantil y viva de Javier mientras él le contaba algo sobre Zenet y su banda en el Café Central.

De vuelta a casa, ella cogió su móvil para escribir algo en Twitter.

--Ya estamos, estás enganchada a ese cacharro...

--Que no, que no... --le contestó casi sin mirarlo.

Javier le arrancó el móvil de las manos y salió corriendo, cruzando la calle Atocha. Ella, riendo a carcajadas, salió tras él. Sonó en ese momento el teléfono de ella:


--¿Sí?
--¿Quién eres tú? ¿Y Clara?
--Soy un amigo.
--¿Qué amigo? ¿Qué pasa? ¿Dónde está Clara?
--No está.
--Joder, ¿qué es todo esto? ¡Dile que se ponga, por Dios!

Javier no podía hablar. Frenazos, gritos, Marta gritando en el móvil de Clara, gente corriendo hacia el lugar del atropello...la capa de armiño se había teñido con sangre de la pelirroja.


jueves, 16 de junio de 2011

... and the winners are..

Ya tenemos ganadores del Carnaval de Matemáticas 2.4. Sí, ganadores porque hubo empate 

Daniel Martín Reina con Los anillos de Borromeo



Aquí tenéis vuestro premio compartido



Muchas gracias a todos por vuestra participación, y dejadme hacer una mención especial a @ivsu  que sin ser matemático, ni siquiera cercano, nos regló un relato para esta edición.

Ahora preparad vuestras entradas para la edición 2.5. en Juegos Topológicos








sábado, 11 de junio de 2011

A la tercera va...la trigonometría


Pues después del 1, viene el 2 y después el 3 (si contamos en el conjunto de los naturales, claro, os acordáis de todos los conjuntos de números, ¿verdad?)

Y si el primero estuvo dedicado al número 1, que nunca fue un soldado; el segundo a los 'poderes mágicos' del número 2; el tercero está dedicado a los polígonos de 3 vértices, 3 esquinitas, y pretende ser una pequeñísima incursión en el apasionante mundo de la Trigonometría y sus aplicaciones.

El título de esta tercera entrada de Mati y su Mateaventuras en el Pequeño Libro de Notas es:


Puede que a alguno os suene parecido al título de un cuento de de Jèrôme Ruillier, Por cuatro esquinitas de nada. Pues sí. Se trata de uno de los cuentos favoritos de mis hijos y también mío (a pesar de que no salgan ¡triángulos!)

Llegó a nuestras manos desde las de una Maestra (sí, con mayúsculas), mi hermana Maribel. Se trata, desde mi punto de vista, de una maravillosa, elegante y 'geométrica' llamada a la tolerancia con los que son diferentes a nosotros.
Mi hermana Maribel es la que no lleva gafas.


Si seguís mi blog os habréis percatado de mi fascinación por los triángulos, de hecho, ya os conté cómo podían ser , bien para vigilar un museo, bien para entretenerse jugando en Semana Santa (pero valen para cualquier época del año, ¿eh?).

Se ve que a nuestra Mati también le apasionan...

Otro diseño de Raquel

Termino agradeciendo, una vez más, las maravillosas ilustraciones a Raquel Garica i Ulldemolins y a Libro de Notas el dejarme asomarme, cada quince días por esta “ventana” de su casa. Seguro que podemos, entre todos, contribuir una “mijita” en la lucha contra el anumerismo.

Con lo divertido que es hacer Matemáticas...



lunes, 6 de junio de 2011

Sobre la protección de los menores y los ritos católicos.




Hace unos días estaba en la peluquería poniéndome pelirroja cuando escuché a mi lado una conversación, nada extraña ni especial en un pueblo sevillano en mayo:

“-Mi niña vendrá el sábado, después de confesarse.”

Como ya he dicho, esta declaración de intenciones no tiene nada de especial. Es común y lo ha sido durante muchísimo tiempo. Se trataba de una niña que hacía su primera comunión y que iría a peinarse a la peluquería después de confesar sus pecados (¡madre mía!) al cura de la parroquia. Pero ese día, no sé si por efecto del olor del tinte o probablemente porque acababa de dejar a mis hijos en  el cole y aún conservaba el calor de sus besos en la mejilla, saltaron dentro de mí todas las alarmas. Consciente de que aquella señora (y sí, esto es un prejuicio) no iba a entender mis razonamientos, pues parecía absolutamente convencida de su educación judeo-cristiana, me puse a tuitear cómo si no hubiese mañana.

¿¿¿Qué pecados puede tener un niño de 9 años???






Nunca antes, posiblemente porque no tenía hijos, me había parado a pensar en lo inquietante y peligroso que es el acto de confesión de los “pecados” de un menor indefenso con un adulto que no tiene ninguna formación específica  para tratar con nuestros hijos, pero que sí desde el miedo al castigo divino, goza de una posición de poder sobre el niño. Un adulto que su ideología ha castrado y que, como es natural porque el sexo es una necesidad vital, almacena una ingente cantidad de necesidades sexuales reprimidas.

Si a esto añadimos la cantidad de casos denunciados de violación de menores por parte de algunos miembros de esta secta, de verdad,

¿¿no os da pánico a los padres, familias, tutores dejar a vuestro niño de 9 años a solas con él y con la coartada del secreto de confesión??

Y nuestras leyes, ¿no dicen nada al respecto? ¿Protegemos a los niños de las redes sociales porque pueden entrar en contacto con gente a distancia y los dejamos estar a solas, contando sus intimidades a adultos que tienen poder sobre ellos? ¿No debería ser ilegal? ¿No debería hacerse delante de un tutor legal mayor de edad?

¿Os imagináis a vuestro niño de 9 años confesando que se ha tocado, que es lo más normal  y deseable en la fase de descubrimiento sexual, a un adulto a solas, que le va a reprimir o asustar por ello? ¿Qué pasa si ese adulto le amenaza con un castigo divino por contar algo que ocurrió durante la confesión a sus padres?

Son vuestros hijos, son niños, son inocentes, son maravillosos, están llenos de vida por moldear, no pueden, no saben “pecar”, ¿cómo podéis hacerles pasar por eso? Y sobre todo, ¿para qué?

Sinceramente pienso que las familias deberían oponerse a esa exhibición de la intimidad de sus niños y que las leyes de nuestro país deberían 

PROHIBIR LA CONFESIÓN DE MENORES DE EDAD,  COMO PARTE DE LA PROTECCIÓN DE LA INTIMIDAD Y LA INTEGRIDAD FÍSICA Y MENTAL DE LOS MISMOS, así como la pertenencia a grupos ideológicos antes de su mayoría de edad.

                                  
Yo también hice la comunión, mi madre y mi padre no tenían tiempo de pensar tanto como yo, pues se deslomaban para darme una educación y unos estudios que ahora me permiten a mí pensar tanto. Yo sí hice la comunión, con un vestido heredado feísimo, por cierto. Y la confirmación. Y canté en el coro de mi parroquia hasta muy entrada mi adolescencia. No recuerdo ningún tocamiento indecoroso por parte del cura, ni de ninguno de los catequistas o compañeros del coro, pero hay algo que no olvido. Cuando me “preparaban” para la confirmación de mi fe en Cristo (con 11 ó 12 años, porque esta gente tiene la santa costumbre de hacerlo todo antes de la mayoría de edad) empezaba a dudar ya un poco de todo este chiringuito y le espeté al catequista, misógino donde los hubiera (entonces no conocía esa palabra, que conste) que eso del infierno era un rollo, con el diablo, el fuego y tal. Entonces, con los ojos inyectados en ira, fijos y amenazantes sobre mí (una niña, gordita y gafotas) y con una cara de absoluto desprecio me explicó que eso no era el infierno, que el infierno consistía en que “pasabas” a otra dimensión, donde nadie te veía, pero desde donde tú podías ver cómo tus seres queridos se iban olvidando de ti, te sustituían, hablaban mal de tu recuerdo, se burlaban de tus sentimientos, contaban tus secretos...

No recuerdo cuál fue mi reacción en ese momento, podría novelarla pero mentiría. Lo que sí recuerdo son escenas en la cama de mis padres, a media noche, acostada en una esquina, junto a mi madre que me acariciaba el pelo y me decía:

“-No seas tonta, yo te voy a querer siempre y tus hermanos también. No vayas más a esa catequésis, bonita.”

Pero yo me quedada dormida pensando que no podía dejar de ir, por si acaso. Aún no entiendo la maldad que puede inducir a un hombre joven a asustar así a un niña, simplemente por controlar sus impulsos críticos con la fuerza del miedo.

Afortunadamente, en 3º de BUP, lo que ahora sería 1º de Bachiller, mi profesor de filosofía, Antonio Hurtado (otro amigo al que no he vuelto a ver), me llevó de la mano en mis primeros pasos por el mundo del pensamiento crítico que desembocó en mi condición actual de atea y escéptica. Fue  él también quien, un año más tarde, me ayudó a decidir en qué titulación universitaria matricularme. Yo dudaba entonces entre dos: filosofía y matemáticas.

“-Matemáticas, Clari, no lo dudes. Puedes seguir pensando y haciendo filosofía siempre, pero estaría bien que encontrases trabajo.”

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